Comentario
Con varias láminas martilladas de bronce se construyeron los grandes recipientes de que hacen gala algunas de las tumbas de cámara del período final de las Urnas (900-800 a. C.). Algunos de ellos fueron utilizados como urnas. Este es el caso del principal vaso de bronce de la llamada Tumba Real de Seddin, cerca de Wittenberg, conocida, entre otras cosas, por haber conservado dos de los más antiguos alfileres de hierro. Otro ejemplar, tipológicamente similar, que también contuvo cenizas, procede de otra tumba en Gevelinghausen (Meschede). A la decoración repujada de los bullones en hilera se le da aquí tanto realce que se convierte en el tema que parece dar forma a la urna, enmarca las bandas ornamentales y se desgrana en los puntos centrales de los círculos adyacentes.
Configuración y técnica similares adoptan los vasos aparecidos en Escandinavia, con la diferencia que, entre los talleres nórdicos, la técnica decorativa de las semiesferas realzadas en fila se aplicó con más libertad. Sin llegar a desaparecer, estas perlas de metal pasan a un segundo plano para dejar espacio, en los hombros de la vasija, a tondos rayados, o al cuello curvado de un pájaro de pico largo. Cuatro aves acuáticas empujan, en parejas, el carro de cuatro ruedas especialmente construido para transportar el vaso de bronce que se encontraba formando parte del ajuar de la tumba de cámara descubierta en 1970 en Acholshausen (Würzburg). El hallazgo no es sorprendente. Los vehículos rodados que portan vasijas de bronce, en forma de urna, de ánfora, de crátera de cuatro asas, etc., son conocidos en los Balcanes, en Hungría, en Bohemia, en Dinamarca, etc. Se les denomina con la terminología inglesa de "kettles" (hervidores de agua) lo que implica, en cierta forma, el reconocimiento de la relación entre estos vasos de bronce y el líquido elemento.
Tecnológicamente, el bronce sigue siendo batido, los punzones de los bullones en hilera se repiten en tamaño diminuto, y los sogueados suelen adaptarse a las tiras de bronce de las asas, o aplicarse grabados, como réplica del perlado, en los cuerpos de las vasijas. La conexión del pájaro con el vehículo es sistemática. En versiones más o menos estilizadas, el pájaro se añade a las ruedas, como si sobre él recayera el cometido de la tracción. En el ejemplo danés de Skallerup (Zealand), las diminutas aves se posan sobre los extremos curvos de dos varillas unidas a los ejes con este propósito. En otro carro con vasija, procedente de la localidad alemana de Peckatel (Mecklenburg), dos líneas de eses alargadas se alzan desde el interior de las barras que unen las ruedas. El pájaro acuático de este diseño tuvo, sin duda, un simbolismo ideológico del que sólo podemos intuir su relación con el agua fertilizante, con el sol bienhechor, con ritos o cultos, quizás, agrícolas. Hacia un ritual, en este sentido ideológico, apuntan los carritos centroeuropeos y escandinavos que acarrean vasijas.
La tradición tecnológica de los vasos de metal resurge a fines de la Edad de Bronce en las Islas Británicas. De allí se conoce una buena colección de vasos esféricos fabricados con varias planchas de metal unidas con remaches. Tecnológicamente, estos vasos realzaban el borde, al que habían de ajustarse las asas. Ello significa que la vasija soportaba un gran peso. Un grupo (llamado clase A) presenta el borde nervado y las grapas que sujetan las asas de bronce por el exterior. En otro grupo (llamado clase B), el borde carece de los nervios y las asas se ajustan por el interior. El ejemplar hallado en Battersea (Londres), en el Támesis, pertenece a este segundo grupo. Lo adornan dos placas cuadrangulares perforadas, sujetas al exterior del borde. El caldero de Battersea comparte el mérito tecnológico de todos los de su serie: las asas fueron arandelas que se fundieron y atravesaron la grapa sobre el propio recipiente. Tanto se preocuparon los broncistas de hacer resistentes y duraderas estas vasijas funcionales.